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principalmente con tales personas de las cuales debía huir si de lejos las
viese; y lo que más extremo y peor es de todos los extremos, que nos da
diversas y contrarias opiniones, en tal manera que un mal hombre sea
glorificado y alabado con fama de buen varón, y, por el contrario, un bueno
sea maltratado en boca de los malos. Así que yo, a quien su cruel ímpetu
trajo y reformó en una bestia de cuatro pies, de la más vil suerte de todas
las bestias, de la cual desdicha j
ustamente habría mancillada y se dolería
quienquiera de aquel a quien hubiese acontecido, aunque fuese muy mal
hombre, sobre todo era ahora acusado de crimen de ladrón contra mi
huésped muy amado, que tanta honra me hizo en su casa, el cual crimen, no
solamente quienquiera podría nombrar latrocinio, pero más justamente se
llamaría parricidio; y con todo esto no podía defender mi causa, al menos
negar con una sola palabra; finalmente, por que la mala conciencia no
pareciese que estando yo presente consentía a tan celerado crimen, con esta
impaciencia enojado, quise decir. «No hice yo tal cosa.» La primera sílaba
bien la dije, no una vez, mas muchas; pero las siguientes palabras nunca las
pude declarar, y quedeme en la primera voz, rebuznando siempre una cosa:
no, no. La cual nunca pude más pronunciar, como quiera que menease las
labios caídos y redondos. ¿Qué más puedo yo quejarme de crueldad de la
fortuna, sino que aun no hubo vergüenza de juntarme y hacer compañero
con mi caballo y servidor que me trajo a cuestas? Estando yo entre mí,
fluctuando en tales pensamientos, vínome aquel cuidado principal, en que
me recordaba cómo por consejo y deliberación de los ladrones yo estaba
sentenciado para ser sacrificio del ánima de aquella doncella, y mirando
muchas veces mi barriga, me parecía que ya estaba pariendo a la mezquina
de la moza. Mas, si os place, aquel que trujo de mí falsa relación del hurto,
sacados de su seno mil ducados que allí traía cosidos, los cuales, según
decía, había robado a diversos caminantes, echándolos dentro en el arca
para provecho común de todos, comenzó a inquirir y preguntar
solícitamente de la salud de todos los compañeros; y sabido cómo algunos
de los más esforzados eran muertos en diversos, aunque no perezosos
casos, persuadioles que entre tanto no robasen los caminos y guardasen
treguas con todos, hasta que entendiesen en buscar compañeros y con la
malicia de la nueva juventud fuese restituido el número de su compañía,
como antes estaba, porque haciendo así podrían compeler, poniendo miedo
a los que no quisiesen y provocando con premio a los que de su voluntad
quisiesen: que no habría pocos que, renunciando a la vida pobre y servir, no
quisiesen más seguir su opinión y compañía, la cual parecía que era cosa de
grande estado y poderío, diciendo que él había hablado, por su parte, con
un hombre poco había, alto de cuerpo y mancebo bien esforzado, y le había
persuadido y finalmente acabado con él que tornase a ejercitar las manos,
que traía embotadas de la luenga paz: y que mientras pudiese usase de los
bienes de la buena fortuna y no quisiese ensuciar sus esforzadas manos
pidiendo por amor de Dios, sino que se ejercitase cogiendo oro a manos
llenas. Cuando aquel mancebo hubo dicho estas cosas, todos los que allí
estaban consintieron en ello, diciendo que tal hombre como aquél, que era
ya probado en las armas, que debería ser luego llamado, y buscaron otros
para suplir el número de los compañeros. Entonces aquél salió fuera de
casa y tardó un poco, el cual trajo consigo un mancebo grande y esforzado,
como había prometido, que no sé si se podría comparar a ninguno de los
que estaban presentes, porque, además de la grandeza de su cuerpo,
sobrepujaba en altura a los otros toda la cabeza, y, si os place, entonces le
apuntaban los pelos de las barbas; como quiera que venía muy mal vestido
y mal ataviado, con un sayo vil y roto, entre el cual parecía el pecho y
vientre con las costras y callos duros y fuertes, de esta manera como entró
en casa, dijo:
-Dios os salve, servidores del fortísimo dios Marte y mis fieles
compañeros; recibid, queriendo de vuestra voluntad y gana, un hombre de
gran corazón que quiere estar en vuestra compañía: que de mejor gana
recibe heridas en el cuerpo que dineros en la mano, y es mejor que la
muerte, la cual otros temen; y no penséis que soy pobre y desechado, ni
estiméis mis virtudes de estos paños rotos, porque yo fui capitán de un
esforzado ejército que casi destruimos a toda Macedonia: yo soy aquel
ladrón famoso que ha por nombre Hemo de Tracia, del cual todas las
provincias temen. Yo soy hijo de aquel Terón, que fue muy famoso ladrón;
yo fui criado con sangre de hombres, y crecí entre los hombres de guerra, y
fui heredero e imitador de la virtud de mi padre; pero en el espacio de poco
tiempo perdí aquellas grandes riquezas y aquella primera muchedumbre de
mis fuertes compañeros; porque además de yo haber sido procurador del
emperador César, fui también su capitán de doscientos hombres, de donde
la mala fortuna me derribó y fue causa de todo mi mal. Dejado esto aparte,
como ya en vuestra presencia había comenzado, tomaré la orden de contar
el negocio porque sepáis cómo pasa. En el palacio del emperador César
había un caballero muy noble e hidalgo y muy conocido y privado del
emperador, al cual cruel envidia, por malicia de algunos acusado, lanzó y
desterró de palacio. Su mujer, que había nombre Plotina, dueña de mucha
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