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sin apartar los ojos de Amanda—... probablemente sea mejor que la Alcaldesa y yo
hablemos en privado.
—Sí, señor, si eso es lo que desea.
—Lo es. De verdad que lo es —y ahora Dow miró al brigadier, que retrocedió.
—Por supuesto, señor —Amorine se volvió al teniente que había escoltado a
Amanda—. Supongo que la cacheó en busca de armas, ¿verdad?
—Señor... Yo —el teniente estaba aturdido.
Su rígido azoramiento indicaba que no se esperaba que una mujer de la edad de
Amanda estuviera armada.
—Creo que no debemos preocuparnos por ello, general —la voz de Dow aún sonaba
relajada; sin embargo, sus ojos seguían posados en el brigadier.
—Por supuesto, señor.
Amorine escoltó a sus oficiales fuera. La puerta se cerró detrás de ellos, dejando a
Amanda y a Dow de pie, cara a cara.
—¿Está segura de que no quiere sentarse? —inquirió Dow.
—No se trata de una reunión social —repuso Amanda.
—No —acordó Dow—. Desafortunadamente, no lo es. Estamos ante una situación muy
seria, en la que todo su planeta ha sido puesto bajo el control de la Coalición-Alianza. En
realidad, lo que usted llama Dorsai ya no existe.
—Eso es improbable —dijo Amanda.
—¿Le cuesta creerlo? —preguntó Dow—, Le aseguro...
—No tengo intención de creerlo ahora, ni después —repuso Amanda—. Dorsai no es
una ciudad. Ni siquiera un conjunto de ciudades. Tampoco las islas y el mar..., es la
gente.
—Exacto —corroboró Dow—, y la gente ahora se halla bajo el control de la Coalición-
Alianza. Ustedes mismos se lo han buscado. Han desperdigado sus fuerzas defensivas
por una docena de mundos, y sólo les queda aquí un puñado de no combatientes. Para
ser breve, están indefensos. Eso no me preocupa. No me interesa su planeta, o su gente
como tal. Únicamente es necesario que nos aseguremos de que no sean mal conducidos
por otro loco como Cletus Gráname.
—¿Loco? —repitió Amanda secamente.
Dow alzó las cejas.
—¿No cree que estaba loco cuando pensó que tendría éxito contra las dos facciones
más ricas y el mundo humano más poderoso de la actualidad? —Sacudió la cabeza—. No
tiene mucho sentido que discutamos de política, ¿verdad? Sólo busco su cooperación.
—De lo contrario, ¿qué?
—No la amenazaba —comentó Dow con suavidad.
—Por supuesto que sí —replicó Amanda. Sostuvo su mirada durante un largo
segundo—. ¿Recuerda a Shakespeare?
—Antes sí.
—Casi al final de Macbeth, cuando el mismo Macbeth oye un grito en la noche que
señala la muerte de Lady Macbeth —dijo Amanda—, comenta: *hubo una, época, en la
que mis sentidos se habrían aplacado oyendo un grito en la noche...», ¿lo recuerda?
Bueno, esa época, con los años, nos llega a todos. Quizá a usted todavía le falten
algunos hasta que lo descubra por sí mismo; pero cuando lo haga, si eso ocurre,
descubrirá que con el tiempo se vence al miedo, así como se vence a muchas otras
cosas. No puede intimidarme, tampoco asustarme..., ni a nadie más en el distrito Foralie
con la suficiente edad para ocupar mi puesto.
Fue el turno de él para observarla durante un largo rato antes de hablar.
—Muy bien —dijo—, la creo. Mi único interés, como ya he expuesto, es arrestar a
Cletus Grahame y llevarle de regreso a la Tierra conmigo.
—¿Ocupa todo un mundo sólo para arrestar a un hombre? —preguntó Amanda.
—Por favor —alzó una larga mano—. Pensé que hablaríamos sin rodeos. Quiero a
Cletus. ¿Se encuentra en Dorsai?
—Por lo que yo sé, no.
—Entonces me dirigiré a su hogar y esperaré que venga a mí —comentó Dow. Miró el
mapa—. Eso debe ser Foralie..., ¿la casa marcada al lado de su propia Fal Morgan?
—Así es.
—Bien, iré allí ahora mismo. Mientras tanto, quiero que comprenda con claridad cuál es
la situación actual. Todos los hombres que podrían luchar se hallan fuera del planeta. Muy
bien. Sin embargo, no hay nadie en esta ciudad que no esté lisiado, tenga más de
sesenta años o se encuentre enfermo. ¿Dónde están todas las mujeres jóvenes y
saludables, sus adolescentes por debajo de la edad militar, y cualquier otra persona que
pueda resultar efectiva?
—Se han marchado fuera de la ciudad —contestó Amanda.
Los ojos negros de Dow parecieron hacerse más profundos.
—Eso no parece muy normal. Sospecho que recibieron alguna advertencia acerca de
nuestros movimientos, por lo menos desde que nos situamos en órbita alrededor de su
planeta. Me sorprendería que no fueran esas noticias las que la trajeron de regreso en
esa nave hace un rato. No habrá enviado un mensaje diciéndoles a sus niños y a sus
adultos sanos que se desperdigaran y se escondieran, ¿verdad?
—No —comentó Amanda—. No lo hice; y nadie de aquí dio tal orden.
—Entonces, ¿tal vez podría explicarme por qué se han ido todos?
—¿Desea un par de cientos de razones? —indicó Amanda—. Es el final del verano.
Los hombres no están. Esta ciudad sólo es una abastecedora industrial y un centro
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