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conduciendo sus ligeros cochecillos con motivo de una fiesta o, sobre todo, para
acudir a los funerales de alguno de sus camaradas, dominaban a los siervos que
trabajaban el campo, como una masa compacta. El espíritu de casta más egoísta y la
separación altanera de los superiores y terratenientes frente a las clases inferiores
oponía un dique inquebrantable a las exigencias de la población oprimida, cuya
desesperada situación pinta conmovido Solón en su gran yambo.
La cultura de la nobleza ática era totalmente jónica. Lo mismo en el arte que en la
poesía dominaba el gusto y el estilo superior de aquellos pueblos. Es natural que este
influjo se extendiera también a las maneras y a los ideales de la vida. El hecho de que
las leyes de Solón prohibieran el fausto asiático y las lamentaciones de las mujeres
que eran hasta entonces usuales en las ceremonias funerarias de los señores
prominentes, era una concesión al sentimiento popular. Sólo la sangrienta crisis de la
guerra con los persas rompió definitivamente cien años más tarde el predominio del
modelo jónico la (140) a)rxai/a xlidh/ en los vestidos, los peinados y
los usos sociales. Las esculturas arcaicas, que han sobrevivido a la destrucción de la
Acrópolis por los persas, nos dan una viva representación de la riqueza y la
afectación de las modas asiáticas. Por lo que se refiere al tiempo de Solón, la diosa
sentada del museo de Berlín es la perfecta representación de la altanería femenina en
esta antigua aristocracia ática. La penetración de la cultura jonia en la metrópoli debió
de introducir muchas novedades que fueron consideradas como perjudiciales. Pero
ello no nos debe impedir ver que la fecundación de la existencia ática por el espíritu
jónico debió de despertar en el Ática arcaica el impulso que la llevó a la
estructuración de su propia forma espiritual. Especialmente el movimiento político
que surgió de la masa económicamente débil, con la figura de su caudillo prominente,
Solón, en la cual lo ático y lo jónico se compenetran de un modo inseparable, sería
inconcebible sin el estímulo del Oriente jónico. Solón junto con unos pocos recuerdos
históricos que la posteridad ha conservado y los restos del arte ático contemporáneo,
es el testimonio clásico de aquel fenómeno de la historia de la cultura, tan rico en
consecuencias. Sus formas poéticas, elegía y yambo, son de origen jónico. Sus
estrechas relaciones con la poesía jónica contemporánea se hallan expresamente
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acreditadas por el poema dirigido a Mimnermo de Colofón. Su lenguaje poético es el
jónico mezclado con formas áticas, pues el ático no era en aquel tiempo apto para ser
empleado en la alta poesía. Las ideas expresadas en sus poemas son también, en
parte, jónicas. Pero aquí confluye lo propio y lo ajeno y se reúnen, mediante el
lenguaje, en una nueva creación grandiosa. La forma jónica tradicional le confiere la
íntima libertad y un dominio de la expresión no exento de alguna dificultad.
En los poemas políticos150 que se extienden a lo largo de medio siglo, es decir,
desde antes de su legislación hasta la tiranía de Pisístrato y la conquista de la isla de
Salamina la poesía de Solón adquiere de nuevo la grandeza educadora que tuvo ya
en Hesíodo y en Tirteo. Las exhortaciones a sus conciudadanos, que constituyen su
forma constante, brotan de un grave y apasionado sentido de responsabilidad en
relación con la comunidad. En momento alguno adquirió este tono la poesía de los
jonios, desde Arquíloco hasta Mimnermo. con excepción de un poema de Calinos en
el que se hace apelación al amor patrio y al sentimiento del honor de sus
conciudadanos efesios. en un momento de grave peligro militar. La poesía política de
Solón no nace de este espíritu de heroísmo homérico. Aparece en ella un pathos
completamente nuevo. Toda edad auténticamente nueva ofrece al poeta nuevas
riquezas insospechadas en el alma humana.
Hemos visto cómo en aquellos tiempos de cambios violentos en el (141) orden
social y en el orden económico, para llegar a la mayor participación posible en los
bienes del mundo, la idea del derecho ofreció al pensamiento anhelante del hombre
un punto de apoyo firme. Hesíodo fue el primero en apelar a la divina protección de
Diké en su lucha contra la codicia de su hermano. La ensalza como protectora de la
comunidad contra la maldición de la hybris y le asigna un lugar al lado del trono del
altísimo Zeus. Con todo, el crudo realismo de su piadosa fantasía pinta los efectos de
la maldición de la injusticia proyectada por la culpa de un individuo sobre la
comunidad entera: malas cosechas, hambre, pestilencia, abortos, guerras y muerte.
Por el contrario, la imagen del estado justo brilla con los claros y brillantes colores de
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