[ Pobierz całość w formacie PDF ]
¿Y qué tiene eso que ver...?
Los vencimos en una oportunidad. Luego los levantamos, los sacudimos un poco y
les devolvimos sus juguetes. Eso no fue justo para un simple grupo de oportunistas como
los Hukk. Era una invitación demasiado tentadora para volver a cometer el mismo error. Y
a menos que recibieran rápidamente un escarmiento, iban a seguir metiendo la pata cada
vez más hondo hasta obligarnos a construir una nueva flota. Y esta vez la cosa no iba
a ser tan fácil.
Brunt permaneció un momento pensativo con la mirada perdida en el horizonte cada
vez más claro. Lanzó una breve carcajada. Cuando se abalanzó con toda la furia sobre
ellos, pensé que sólo buscaba vengarse de los Hukk que le habían hecho perder una
carrera provechosa. Ahora veo que estaba trasmitiendo un mensaje.
En términos simples que ellos pudieran entender, explicó Dalton.
Es usted un hombre extraño, Comodoro. Es la segunda vez que detiene una guerra
por si solo. Y como convino con Ch'oova que todo el asunto tiene que permanecer
confidencial, nadie podrá enterarse jamás. Resultado: se burlarán de usted por su falsa
alarma. Y cuando se sepa su identidad, quedará liquidado del negocio de chatarra. Es
más, Marston tendrá la policía lista para atraparlo por cualquier motivo, desde robo de
armas hasta escupir en la vereda. Y usted no podrá decir ni una sola palabra para
defenderse.
Ya pasará.
Podría deslizar una palabrita en el oído de Marston...
No, no lo hará, Brunt. Y si lo hace, lo denunciaré por mentiroso. Le di mi palabra a
Ch'oova; si esta artimaña se llegara a hacer pública, dejaría a los Hukk fuera de todos los
mercados terráqueos que han logrado en los últimos seis años.
Me parece que se metió en un aprieto, Comodoro, dijo lentamente Brunt.
Esta es la segunda vez que me llama Comodoro Mayor.
Brunt hizo un gesto de sorpresa y Dalton lo miró con una sonrisa conspiradora.
Puedo reconocer a un agente de Informaciones a media milla de distancia. Me
estuve preguntando por qué motivo lo habrían destinado aquí.
Para mantenerlo bajo vigilancia, Comodoro, ¿por qué sino?
¿A mí?
Un hombre como usted es un enigma. Usted tenía Preocupadas a las altas esferas.
No encajaba en ninguna línea partidaria. Pero creo que ahora ha hecho llegar su mensaje
y no solamente a los Hukk.
Dalton emitió una especie de gruñido.
Así que puedo asegurarle que no necesitará buscar un nuevo lugar para guardar su
chatarra. Creo que la Armada lo necesita. Habrá que mover algunos hilos, pero no será
difícil. Quizás no como comodoro no por un tiempo pero por lo menos podrá tener
una cubierta bajo sus pies. ¿Qué opina?
Que lo voy a pensar, respondió Dalton.
LA PESTE
I
El hombre enfrentó al monstruo a una distancia de seis metros.
El Dr. Reed Nolan, vestido de color caqui, con su pelo gris y su figura maciza,
bronceado por el fuerte sol del mundo llamado Kaka Nueve, apenas hubiera podido ser
reconocido por sus antiguos colegas de la universidad donde había pasado las primeras
décadas de su vida.
El ser que estaba frente a él les hubiera resultado aun cíanos familiar. Fuerte como un
rinoceronte, con cuernos, colmillos de jabalí, cuero moteado, de patas finas y curiosas
articulaciones, el extraño animal bajó la cabeza y hendió la tierra con sus cascos.
Bueno, Emperador, dijo Nolan en tono amistoso. llegas temprano este año. Me
alegro; tengo una suculenta cosecha de hierba, pestífera para ti, ¿supongo que el resto
del rebaño no estará muy lejos...?
Arrancó un tallo de cariácea silvestre, le quitó la cubierta dura y ofreció el interior
suculento a la bestia. El omnívoro animal se adelantó, aceptó lo que se le ofrecía y
contempló al hombre con la misma tolerancia con que lo hubiera hecho con cualquier otra
sustancia no alimenticia.
En ocasión de su primer encuentro, tres años antes, No han había pasado unos
momentos bastante difíciles cuando el rebaño había llegado como una peste repentina,
lanzándose desde lo alto de las colinas. Las enormes bestias le habían olisqueado los
talones mientras se hallaba encaramado en el único resguardo que había podido
encontrar: un árbol achaparrado del cual el monstruo lo hubiera podido bajar con toda
facilidad si ésa hubiera sido su intención. Pero siguieron de largo. Ahora, mejor educados,
era notable el esmero con que esas bestias arrancaban las hierbas silvestres y
exterminaban a los roedores de los campos de Nolan, como así el cuidado escrupuloso
con que evitaban todo contacto con sembrados Terrestres ajenos. Como cultivadoras
automáticas, sacayuyos y esparcidoras de fertilizantes, los jabalináceos resultaban
irreemplazables.
El comunicador que llevaba Nolan en la muñeca emitió un débil zumbido.
Reed, hay un barco de superficie en la laguna, DIJO una voz de mujer en tono algo
excitado. Y bastante grande. ¿Quién supones que puede ser?
En nuestra laguna, Anette? Es extraño. Estoy en el pastizal alto, más allá de North
Ridge. Cortaré la comunicación e iré a echar una ojeada. A propósito, aquí está el
Emperador; los rebaños llegarán seguramente dentro de una semana.
Nolan volvió a subir a su camioneta de llantas amortiguadas y trepó a la colina hasta un
punto desde el cual tenía una amplia visión de los campos y sembrados que se extendían
hacia la lejana playa que bordeaba un mar salpicado de islas. El barco se encontraba a
una centena de metros de la costa y evidentemente se dirigía al desembarcadero que
Nolan había terminado de construir el mes anterior. Era un navío grande, ancho, pintado
de gris, de aspecto pesado pero potente, que navegaba con la quilla bien hundida en el
agua. Annette oyó su exclamación de sorpresa.
Quizás hemos caído en la ruta de los turistas. Tranquila, mujer. No empieces a correr
de un lado para otro preparando sandwiches. Probablemente se trate de algún patrullaje
oficial. No se me ocurre de nadie que pueda tener interés en nuestra residencia solariega.
¿Pero qué están haciendo aquí, a mil doscientas millas de Toehold? Hasta ahora el
Departamento nunca se había fijado en nosotros...
Por lo cual estamos debidamente agradecidos. No te preocupes; ya estoy bajando.
Puede resultar agradable conversar con extraños, después de tres años.
Le llevó quince minutos trasponer la distancia entre la colina hasta el cerco de plantas
que marcaba el límite de las tierras cultivadas. El aire estaba impregnado del perfume de
las gardenias de crecimiento forzado. A pesar de su belleza, esas plantas importadas no
significaban un lujo; tiempo atrás Nolan había descubierto que su fragancia constituía un
eficaz ahuyentador de jabalináceos. El cerco había sido diseñado meticulosamente a fin
de canalizar las grandes migraciones periódicas de animales estampidas sería la
palabra más apropiada, pensó Nolan cuando se precipitaban desde las alturas heladas
para pastar en sus campos habituales a lo largo de la costa campos que ahora estaban
siendo objeto de cultivos intensivos. Los rebaños, reflexionó Nolan, habían probablemente
distinguido la diferencia entre la simple supervivencia y el éxito de la plantación.
Timmy, el hijo de Nolan de doce años, lo esperaba en el sendero que bordeaba la
casa. Nolan se detuvo para dejarlo subir a la camioneta.
Están atracando en el muelle, papá, dijo el niño con excitación ¿Quiénes crees que
pueden ser?
Seguramente un grupo de ociosos burócratas, Timmy, haciendo un censo o algo por
el estilo.
[ Pobierz całość w formacie PDF ]