[ Pobierz całość w formacie PDF ]
exactitud, por lo cual preguntó severamente:
-¿Qué gran incendio?
Cuando se sumían de esta manera en los
recuerdos del pasado me olvidaban a mí por
completo. Sus voces y sus palabras sonaban con un
ritmo uniforme, casi como si cantaran una canción,
una canción sombría y tétrica, de enfermedades,
incendios, crímenes, casos de muerte repentina y
taimadas picardías de mendigos idiotas y grandes
señores perversos- ¡Lo que no habrá uno visto y
pasado! -refunfuñó entre dientes el abuelo.
-¿Acaso nos ha ido mal? -preguntó su mujer-.
Recuerda qué primavera tan hermosa pasamos
cuando nació Varia.
163
MÁ X I MO G O R K I
-Eso fue el año de cuarenta y ocho cuándo la
campaña de Hungría. El padrino, Tijon, tuvo que
salir al campo el mismo día del bautizo.
-¡Y allí murió! -exclamó la abuela suspirando.
-Y allí murió, sí. Desde aquel año cayeron sobre
nosotros las bendiciones de Dios como la lluvia...
¡Ah! ¡Bárbara!...
-Deja eso, padre.
Mi abuelo puso cara sombría y colérica.
-¿Por qué lo he de dejar? Nuestros hijos son
unos mal-aconsejados, por cualquier lado que los
mires. ¿Por dónde se ha ido nuestra fuerza, nuestra
savia? Creíamos los dos que guardábamos los
ahorros en una cesta de corteza de abedul, y no era
más que una mala criba lo que el Señor nos había
puesto en la mano.
Dijo esto materialmente gritando, corrió por la
estancia como si se hubiera quemado, gruñó sobre
los niños y amenazó a la abuela con un puño
pequeño y delgado.
-¡Tú has hecho siempre la vista gorda y los has
malcriado, bruja!
Con dolorosa excitación, casi llorando, se
refugió en el rincón donde estaban colgados los
164
D Í A S D E I N F A N C I A
iconos, y se dio recios golpes en el pecho, que
resonaba como si fuese de tabla.
-¡Oh, Dios! ¿Es que soy yo un pecador más
grande que los otros? ¿Por qué me castigas de ese
modo?
Temblaba de pies a cabeza, y a sus llorosos ojos
asomaban en chispas el dolor y la ira.
La abuela permaneció sentada a oscuras, se
santiguó en silencio y acabó por acercarse
precavidamente a él y decirle con voz persuasiva: `-
¡Vamos, vamos, no te pongas así! Dios sabe muy
bien lo que hace. ¿Acaso tienen otros más suerte con
sus hijos? En todas partes ocurre lo mismo, padre...
Riñas, disputas y palos. Todos los padres y todas las
madres tienen que expiar sus pecados, lavándolos
con lágrimas... No eres tú solo.
A veces las palabras de ella le calmaban y se
tendía en la cama silencioso y cansado, mientras la
abuela se subía conmigo, sin decir palabra, a la
habitación de la buhardilla.
Pero una vez, cuando ella se acercaba a él con
palabras amables, el abuelo se volvió de pronto y le
dio un recio puñetazo en la cara. La abuela
retrocedió y estuvo a dos dedos de caerse. Luego se
165
MÁ X I MO G O R K I
llevó la mano a los labios y, cuando se hubo
repuesto, dijo en voz baja y con toda calma:
-¡Ah, majadero!
Y le escupió la sangre delante de los pies. Pero él
dio dos gritos terribles y feroces y exclamó, alzando
las dos manos:
-¡Vete, o te mato!
-¡Tonto! -repitió la abuela al salir por la puerta.
Su marido se abalanzó hacia ella, pero la anciana,
sin apresurarse, cruzó el dintel y le dio con la puerta
en las narices.
-¡Vieja bruja! -silbó el marido rojo de ira.
Se agarró a la jamba de la puerta y luego dio
media vuelta arrastrando los pies.
Yo estaba sentado en el banco del hogar, más
muerto que vivo, y no quería dar crédito a mis ojos.
Por primera vez había pegado a mi abuela en mi
presencia, y esto me causó una impresión hondísima
y fea, mostrándome a mi abuelo en un aspecto
nuevo con el cual yo no podía conformarme en
modo alguno. Seguía arrimado a la puerta, erizado y
pálido, como espolvoreado de ceniza. De repente se
acercó al centro del cuarto y se arrodilló, pero cayó
de bruces, hasta tocar el suelo con las manos. Se
166
D Í A S D E I N F A N C I A
levantó en seguida, se golpeó el pecho con ambos
puños y exclamó:
-¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios!
Me escurrí desde los azulejos del hogar a abajo,
como si fueran de hielo resbaladizo, y corrí hacia la
puerta. Arriba danzaba mi abuela en el cuarto y se
enjuagaba la boca.
-¿Te duele? -le pregunté.
Se acercó a un rincón, echó el buche de agua del
enjuague en una escupidera y me respondió con
calma:
-No ha sido muy fuerte. Se me han quedado
todos los dientes en su sitio. Sólo de los labios me
sale la sangre.
-¿Por qué lo ha hecho?
Miró por la ventana a la calle y me dijo:
-Porque se enfada. Le duele mucho que en su
[ Pobierz całość w formacie PDF ]